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Ya va, tiempo, barajéamelo mas despacio… ¿yo qué?

El siguiente escrito yo lo tomaría como un servicio público. Un recordatorio de que las cosas desagradables no le ocurren únicamente a los demás sino que a veces uno se saca la lotería, y no precisamente el Lotto Florida.

Esto no es un anuncio

Corría el mes de mayo del año pasado cuando fui a tomarme una muestra para mi examen de sangre anual. Si, se que debería ser mas a menudo, pero ya bastante hice yendo al Urológico San Román.

A finales de la tarde de ese mismo día fui a buscar los resultados y todos estaban dentro de los márgenes de seguridad. Incluso el colesterol -soy adicto al queso y cualquier grasa animal- estaba en un muy respetable 180. Todo fue maravilloso hasta que vi que el informe tenía dos hojitas…

Resulta que en la segunda aparecía un tal “antígeno prostático” que estaba levemente por encima de la cota máxima. Como buen venezolano no acudí al médico sino que fui directo al verdadero manantial del saber: Google. Bastó una ojeada a varios artículos para convencerme de que inmediatamente solicitara una cita a un urólogo.

Fui a mi cita, 2 p.m. en punto. Primero en llegar. Para colmo el muy irresponsable ya se encontraba en el consultorio por lo que me pasaron inmediatamente. Vio los resultados del examen de sangre y me dijo que esos resultados ameritaban un “chequeo”. Si, “un chequeo” es eso mismo que ustedes imaginan y a lo que muchos temen. El doctor procedió y me dijo que, al tacto no se apreciaba nada. Pensé que me iba a recetar unas pastillas y listo. Todo era felicidad hasta que dijo que me iba a hacer un eco.

A mi mente vinieron todos los chistes acerca del tema y pensé que todo ese episodio en algo tenía que ver con la ley del karma. Gracias a la tecnología pude ver en un monitor mis interioridades en vivo y directo. A la vista no se observaba nada sospechoso. Apenas una manchita mínima, pero recordemos que los ecosonogramas, al menos ése, no tienen calidad HD.

A todas éstas, el urólogo me dijo “no se percibe nada grave, tan solo la próstata levemente recrecida (1 cm. más de lo debido), pero deseo tomarte unas muestras. Hacerte una biopsia”. Ya a estas alturas el asunto no me estaba gustando. No es que antes me encantase, pero la palabra biopsia le inquieta a cualquiera.

Este servidor, que no se caracteriza por su valor en lo que se requiere al tema clínico, le preguntó al urólogo como era el proceso de la toma de muestras. De manera muy despreocupada me dijo “no te preocupes, tranquilo, te doy una pastillita y ni te enteras”. Tanta tranquilidad no me tranquilizó para nada (valga la redundancia). Se trataba de la primera vez en mis 52 años que, aparte de ir al odontólogo, iba a ser sujeto de un procedimiento quirúrgico.

Ante tanta informalidad -eso de “una pastillita” me pareció excesivamente light- solicité una segunda opinión. De nuevo el tacto… nada. Eco…tampoco. En eso el urólogo dijo, vamos a tomarte una muestras de las células prostáticas, las enviamos al imperio, y en dos semanas, en base a un estudio genético de las mismas sabremos que porcentaje de posibilidades tienes de padecer de algo “malo”. Una muestra de orina previo masaje prostático (a estas alturas qué carajo…) y a esperar dos semanas.

Como un clavel llegué al consultorio para conocer el resultado del estudio genético. Que casualidad, 2:00 p.m.

“El estudio muestra que las probabilidades de que sufras de cáncer es levemente menor al 5% (sonrisa mía de oreja a oreja), pero… deseo tomarte una biopsia”.

“¿Y cómo es eso, doctor?”, pregunté con voz apenas audible. Te hacemos una sedación profunda y cuando te despiertes no recordarás nada. Te vas para tu casa el mismo día.

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Claro, “sedación profunda” suena mucho menos light que “una pastillita”. Fijamos una fecha (justo el día de la inauguración de las olimpíadas de Londres) y listo. Fui ese viernes, procedimiento absoluta y totalmente indoloro (lo dice el rey de los cobardes), me despertaron, me llevaron en una silla de ruedas a mi carro y en 30 min. disfrutaba del fastuoso acto desde Londres. Me ordenaron cuatro días de reposo aunque debo confesar que me sentía tan bien que he podido ir a trabajar al día siguiente.

Y a esperar dos semanas más…

A las dos semanas voy a mi cita. Si, a las 2:00 p.m. y me informan que el resultado no es concluyente. Que solicitaban mi autorización para hacerle otra prueba a la muestra. Yo me pregunté ¿para que carajo me hacen venir para ésto si igual me lo han podido decir por teléfono? ¿Por qué ante lo no concluyente del resultado no procedieron de inmediato con las otras pruebas? ¡Coño, no se trataba de un examen para una liposucción!

Como era de esperar autoricé la prueba.

Otras dos semanas más. Sólo que estas dos semanas se transformaron en cuatro porque se traspapeló la autorización y no llegó a tiempo al laboratorio.

Llego a la consulta las 2:00 p.m.

La cara del doctor no es que sea muy expresiva que digamos. Es al estilo Julio Borges, para que tengan una idea…

Me informó que el resultado de la biopsia era positivo y que el Gleason era 7, es decir, el límite entre una agresividad intermedia y la alta. Que de las dieciséis muestras que me tomaron, solo una había atrapado esas células por lo que seguramente era algo muy incipiente. Para que tengan una idea, la próstata debe ser del tamaño de una ciruela pequeña y de ella toman dieciséis muestras, ocho por hemisferio. De dieciséis uno me sonaba un buen promedio, lo cual en cierta forma me tranquilizaba. Fijamos como fecha el quince de octubre (lunes después de las elecciones) y a esperar.

Aquí entre nos, eso de ver en la misma frase el nombre de uno y la palabra cáncer (adenocarcinoma, en este caso), no es muy agradable. Pero pasado el shock y de pedirle que me repitiera nuevamente cual era mi situación, me calmé.

La sensación fue realmente extraña. No sentí miedo sino una profunda sensación de paz. Increíble lo que pueden llegar a ser los mecanismos de autodefensa de la mente.

En horas de la noche del día antes de la operación fui a casa de mis viejos y les informé de todo lo que ocurría. No tenía sentido preocuparlos antes de tiempo.

Legó el día.

A las 6:30 a.m. llegué a la clínica. Trámites de admisión, subo al quinto piso, me pusieron mi atuendo quirúrgico, me tomaron una vía en la mano izquierda y a esperar. Yo estaba en el segundo turno pero por una emergencia me pasaron al tercero. Me alivió saber que lo mío no era considerado emergencia. Me bajaron al piso cuatro (preoperatorio) y allí estábamos varios que esperábamos por entrar a los quirófanos y otros que recién despertaban de la anestesia. Me sentía en la cola del autolavado.

No voy a entrar en detalles, pero fui sometido a cirugía robótica. Imagínense al cirujano con un Playstation, dos joysticks y un monitor. Imagen HD.

Me pasaron al quirófano, me pasaron a otra camilla, “hola, aspira…”.

En el tlmeline de mi vida hicieron un cut & paste de una hora.

La primera persona que vi fue un doctor que había estudiado conmigo en el colegio. Medio bizarra la cosa. Creí que estaba en un sueño y que había retrocedido en el tiempo. Casualidades de la vida.

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Sentía un frío desagradable, pero nada de dolor. Si bien es cierto que tenía Profenid intravenoso, aparte de sentir el vientre dilatado, no sentía mayor molestia.

Llegué a la habitación alrededor de las 5 p.m. y a las 6:30 p.m. me tenían caminando por los pasillos del piso. Allí estaba paseando con mi bolsita (tuve una sonda urinaria por dos semanas), hablando pendejadas con quien se me atravesara. Aclaro que lo de hablar pendejadas con quien se me atraviese no es un efecto post operatorio, es una condición innata.

Al mediodía del día después ya me encontraba en el sofá de mi casa viendo TV. Un drenaje, cinco agujeros de aproximadamente dos centímetros, mi sonda urinaria, barriga hinchada, cero dolor.

Me retiraron la sonda a las dos semanas (procedimiento totalmente indoloro). Leve incontinencia urinaria por dos semanas más. Cabe decir que a las tres semanas de la operación pude ir a mi oficina y retomar mis labores. Tuve que guardar reposo por tres meses. Cero levantar peso, no abusar de las escaleras y obviamente no correr.

Hoy en día hago mi vida totalmente normal. Poco a poco he ido recuperando mi forma física y con paciencia, espero en dos meses llegar a correr nuevamente mis 10K.

¿Que porqué hago pública esta historia?

Porque si no hubiese sido por ese examen de sangre de rutina no me hubiese enterado que padecía de cáncer. Si, así como suena: cáncer.

No tuve ningún síntoma previo a la detección de esta anomalía. Absolutamente nada.

El temor al examen con el urólogo, mis estimados, y se los dice un cobarde certificado, es una tontería. No pasa de ser un tabú cultural.

No fui al urólogo por valiente sino por cobarde. Muy cobarde.

Meses antes había visto morir a una gran persona víctima de esta enfermedad porque no se atrevió a someterse a cirugía. El pánico que me producía el recordar lo terrible que fue la última semana de vida de este amigo, me movió a proceder de inmediato.

Actualmente estoy en período de remisión. Ya los valores del antígeno prostático están muy próximos a cero lo cual indica que las cosas van por buen camino.

A los hombres que tengan a bien leerme los insto a que se realicen su chequeo. Si nunca se lo han realizado, procedan de inmediato. No esperen a tener síntomas. No esperen a que sea demasiado tarde.

A las mujeres, móntenle un chichón a sus parejas, padres, etc. Ustedes saben como hacerlo y muy bien.

Podría decirles que fui desafortunado por todo lo arriba relatado, pero, por el contrario, me siento sumamente afortunado. Bendecido. Algo me dijo que me hiciera ese examen en esa época y gracias a Dios una de las agujas dio con las células malignas. Si me lo hubiese realizado unos meses antes, posiblemente no hubiese aparecido nada. Si no me hubiese chequeado, ya sabemos que hubiera ocurrido. Todo pasó en su momento justo.

Soy afortunado.

Ahora pidan una cita y háganse su chequeo cuanto antes.

No sean pendejos.

Imagen original: Dave77459 en Flickr
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