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Inmigrante

La palabra inmigrante siempre me dejaba un sabor extraño en la boca y en la mente, si es que se puede saborear algo allí, luego de pronunciarla. Inmigrante me hacía pensar en guerras, en holocaustos, en tiempos difíciles. Inmigrante era un ajeno, un desconocido. Inmigrante.


Hace tiempo no escribía y hay razones. No es que alguien esté preguntando, tampoco que a alguien le interese, pero hay razones. Razones que quiero contar. La principal es que la ubicación de quien escribe estas palabras cambió y de alguna manera (de todas maneras) cambiaron sus letras y, siendo yo maniática, no podía cambiar todo sin algún orden. Así, esperando pensar en cómo organizar el antes y el después, el tiempo pasó. Mucho tiempo pasó.

En estos últimos meses he vivido tanto y tan poco que a ratos me pierdo. He visto y experimentado, he aprendido y olvidado, me he aventurado y atrevido. He sido. Soy. Y soy en otro sitio. Me mudé y tuve que adaptarme a muchas cosas, más de las que pensaba. No solamente tuve que aprender a ser independiente y vivir lejos de mi familia, no solo me adapté a un nuevo (y totalmente diferente) trabajo, sino a vivir en otro país.  Un país que no es el mío (al que, por cierto, amo) Un país que me prestaron y que estoy aprendiendo a querer. Un país con el que estoy profundamente agradecida.

Salir de Venezuela había pasado muy pocas veces por mi cabeza. Casi ninguna. Siempre me ha gustado viajar y, con cada regreso, encontraba (y encuentro) nuevos motivos para atarme a mi tierra. Y los tengo. Todos. Pero un día comencé a sentir que nadaba contra corriente. Sentía que debía crecer, madurar, aprender más y sí, para esto no es necesario salir. Se hace patria en la esquina, en la cuadra del barrio, en la urbanización. Se construye país en él. Pero me sentía amarrada y condicionada por una realidad que cada día me golpeaba más fuerte. Una realidad que yo no busqué. Una realidad que me oprime y en la que no puedo ser. Por esto, cuando pasó frente a mi una oportunidad la tomé. Un panorama que no tenía nada que ver con mis planes, que al parecer estaban escritos… en arena. Pasó una oportunidad y la agarré. Por mí. Para mí.

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Me fui sin avisar. Muy pocas (realmente pocas) personas se enteraron de mi partida. Y de las que se enteraron (y enteran), muchas me señalaron, me señalan y lo seguirán haciendo. Y lo entiendo. Y está bien. Mis primeros días en Panamá fueron… terribles. Me sentía infiel. Estaba traicionando a mi Venezuela. A mi terruño. A mi ciudad. A San Cristóbal. Me fui. Huí. Fui cobarde y partí cuando las cosas se tornaron difíciles ¿No se suponía que yo era luchadora? Me fui.

Los días pasaron y yo seguía siendo infiel mientras trabajaba, cobarde mientras me abría paso en un país ajeno en el que no conocía a absolutamente nadie, pusilánime mientras aprendía a llevar las cuentas, a pagar servicios, a preparar espaguetis con atún, espaguetis con salsa, espaguetis con queso, espaguetis con todo. Cambié. Crecí. Aprendí. Soy una versión mejorada de mimisma de hace unos meses. Sigo siendo un cúmulo de ensayo y error, pero cada vez con más ensayos que errores. Sigo cambiando, sigo creciendo y sigo aprendiendo.

Estando fuera de Venezuela le amo más. Y sí, esto sí es posible. Llevo mi tachiraneidad a todas partes, la gochitud pues. Sigo siendo de los andes y todo corazón. Pero desde otro sitio, y no para siempre. Estando aquí solo pienso en tomar todo lo bueno que pueda y algún día llevarlo, como agradecimiento, a mi hogar. Estando aquí no pretendo nada, la gente puede seguir señalando o felicitando, no estoy aquí por nadie. Estoy aquí por mí.

La palabra inmigrante, hoy, me recuerda alguien que lucha, alguien que busca, alguien que se hace camino, alguien que construye. Inmigrante es una realidad llena de realidades.

Inmigrante soy yo… Por ahora.

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