trabajar en casa
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Trabajar en casa es muy distinto a hacer nada

Cuando conoces a alguien es típico que te pregunten casi a quemarropa “Y tú, ¿en qué trabajas?”. Suelo ponerme un poco incómoda con la pregunta, porque se que mi respuesta puede despertar las reacciones más variopintas cuando confieso que trabajo desde casa. Hasta me volví una experta en crear respuestas medio rimbombantes para responder a esa pregunta (al más puro estilo de “técnico de manipulación de desechos” para designar al que saca la basura) no porque sienta vergüenza de lo que hago, sino porque quiero evitar las polémicas, pues casi siempre me dicen que debe ser divino estar en casa sin trabajar y ganar dinero.

 

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“Freelance” es un eufemismo para “flojera”

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Venezuela estaba acostumbrada a otro tipo de vida, en la que debías graduarte de alguna profesión rentable (médico, abogado, ingeniero, contador…) y conseguir empleo e ir escalando por la escalera corporativa. La única forma de mejorar tus ingresos dependían siempre de los otros: un aumento de tu jefe, que te dejaran hacer horas extras, en el mejor de los casos, matar un tigrito. Trabajar de forma independiente estaba muy mal visto, de hecho, marcar la casilla de “trabajo a destajo” era una forma de condenarte a la hora de hacer trámites como solicitar una tarjeta de crédito y estaba relacionado a estratos socieconómicos deprimidos. Ante los ojos de la sociedad, los únicos que trabajaban a destajo eran los irresponsables que nunca estudiaron o que no podían mantener un empleo digno.

Esto tenía cierta lógica en la Venezuela saudita, en donde la política de pleno empleo promulgada durante el primer mandato de Carlos Andrés Pérez hizo que la tasa de desocupación llegara a 4,6% y los empleos abundaban por doquier (de hecho, por esa época se hace cotidiano ver ascensoristas, un oficio poco necesario en los ascensores modernos) pero en la actualidad, en medio de un ambiente de crisis económica, mantener un trabajo de 8 a 5 con un sueldo que se deprecia cada día y que no aumenta de forma cónsona a los niveles de inflación, no parece la mejor opción. Matar tigres no se hace para adquirir lujos, sino para subsistir. Si hay algo en lo que tenía razón Marx es que las sociedades se organizan alrededor de los modos de producción, y al cambiar la economía del país, las personas se ven obligadas a transformar su modo de vida.

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Pero ¡qué vida tan dura! ¡Yo también quiero!

A pesar de que todo se transforma, los remanentes de las viejas costumbres permanecen agazapados en la mente de los individuos. Aunque la realidad económica de un país te obligue a cambiar tu forma de producir dinero, sigue el viejo resabio de despreciar a quienes trabajan por su cuenta; de asumir que trabajar desde casa es sinónimo de no hacer nada; que no tienes la voluntad de “trabajar duro” ni la disciplina para tener un trabajo de verdad. Los que trabajamos freelance casi nunca somos tomados en serio. Y, francamente, me provoca golpear a quienes me dicen que mi trabajo es fácil, que cualquiera puede hacerlo y que me envidian porque “no hago mayor cosa y me pagan”. ¡Qué fácil es sacar conclusiones a la ligera!

Si bien es cierto que mi trabajo como blogger tiene sus ventajas, como crear mi propio horario, que mi uniforme de trabajo sean pijamas, no estar sujeta a una rutina aburrida, evitar desplazarme en esta caótica ciudad; eso no significa que estoy echada en mi cama todo el día sacándome las pelusas del ombligo. Todo lo contrario. Trabajar como blogger significa tener que invertir gran cantidad de tiempo leyendo e investigando antes de sentarme a escribir, buscar temas diferentes, exprimir mi creatividad; tengo unos horarios loquísimos, deadlines estrechos, trabajo los fines de semana, sin importar si estoy enferma, si no tengo ganas de escribir o si hay asuntos pendientes que resolver en casa. Hay que cumplirle al cliente. Debo buscar trabajos cada día, porque si no trabajo no cobro. Además, hay que competir con otros redactores que venden su trabajo a precio de gallina flaca y se quedan con muchos trabajos. Todo esto aunado a las responsabilidades cotidianas (universidad, hogar, etc.). Mi caso no es más que un ejemplo, ser freelance es algo serio y no se acaba cuando llegas a casa, ya sea que escribas, diseñes o hagas cualquier otra actividad.

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El que te dice “¡qué vida tan dura!” seguramente nunca ha abandonado la comodidad de la oficina, el tener un número de responsabilidades limitadas, dejar atrás el trabajo a final del día y recibir la paga exacta al final del mes; me encantaría ver a esos individuos intentando administrar su día y sus talentos, porque la verdad sea dicha dedicarse a cualquier ocupación freelance requiere dedicación, voluntad, ganas de aprender, mucha creatividad y otras destrezas como llevar un presupuesto (porque hoy puedes cobrar una cantidad y el mes siguiente, la mitad de eso), adaptarse a los cambios, tener carisma para poder vender tu trabajo y demostrarle al cliente que eres su mejor opción, aprender a dominar el demonio de la procrastinación y cómo administrar tu tiempo, optimizar tareas y sacar el mayor provecho a cada minuto; entre otras cosas. Trabajar en casa puede significar el sacrificio de tu vida social, te vuelves un poco solitario porque no estás obligado a tratar con personas diferentes cada día y puede que, sobre todo cuando comienzas, no tengas tiempo para salir con tus amistades.

Trabajar por tu cuenta es un viaje de auto-descubrimiento, requiere disciplina y motivación. Se sacrifican muchas cosas, pero la satisfacción es grande, porque te da una maravillosa sensación de independencia y control de tu propio tiempo. No estás sujeto a las veleidades y necesidades de los otros, lo que tienes y haces es fruto de tu propio esfuerzo, e incluso, podría suponer estar siguiendo tu vocación. Cuando eres freelance probablemente trabajas mucho más que alguien en una oficina, pero eso es una consecuencia de una decisión consciente. Desde mi experiencia, trabajar desde casa ha sido sinónimo de libertad y eso, definitivamente, no tiene precio.

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