Por qué la actividad física no es una tortura sino un placer
Quienes hacemos algún tipo de actividad física con cierta frecuencia, quienes además compaginamos el bienestar del ejercicio físico con la placidez de la naturaleza y nos retroalimentamos de la interacción con otras personas con este mismo interés , sabemos que el placer que se experimenta durante y después de la actividad física es grandioso y que las ganas de vivir se incrementan a niveles insospechados.
Sin embargo, muchos prefieren quedarse un domingo en casa viendo Tv, antes de ir al parque a caminar, ir a hacer yoga, o ir a una clase de danza, porque este tipo de actividades están asociadas a exponer tu integridad a un proceso doloroso que implica un excesivo esfuerzo físico y comparaciones constantes para medir tu desempeño. Estas asociaciones que hacemos y que no nos permiten salir de la inercia, no provienen de la nada.
La sociedad moderna y nuestra percepción de la actividad física
La sociedad moderna, esa tan atractiva y pervertida al mismo tiempo, aquella que nos acerca al mundo, nos facilita todo, pero nos vuelve ensimismados y nos encasilla, ha generado progresivamente que tengamos un rechazo a las actividades físicas. En medio de una dinámica diaria agobiante, el argumento que se esgrime principalmente es la falta de tiempo y cuando tenemos tiempo para el descanso, con mucha razón, preferimos la comodidad del ocio y el sedentarismo. Es esta misma sociedad moderna la que hace que asociemos generalmente las actividades físicas al concepto de “deporte” que , desde un acercamiento sociohistórico y cultural incentiva en el ámbito publico la competencia y la autoreafirmación en la sociedad.
Es decir la concepción del sistema deportivo esta íntimamente relacionada, o mejor dicho, es una expresión de la evolución de la sociedad, y es así como en los espacios deportivos se visibilizan los valores emblemáticos de la modernidad: el esfuerzo constante y sistemático que conduce al progreso, la orientación al éxito y el desarrollo individual que sustenta la competitividad. Desde esta perspectiva, se convierte algo que debería ser voluntario y placentero en una “carrera” ardua y dolorosa por el récord, el trofeo, la medalla, la figura perfecta.
Desde mi experiencia personal: de la competitividad al bienestar personal
Desde muy niña comprendí la importancia de la actividad física en mi vida, empecé a sentir como esa llama de felicidad que encendían las endorfinas, se apoderaba de mi cuerpo cada vez que brincaba en un parque, cada vez que mama me llevaba a natación o a las clases de danza. Debo admitir que no era propiamente la disciplina deportiva lo que me enganchaba, y de eso me pude dar cuenta cuando en plena adolescencia fui parte de una selección estadal de patinaje de velocidad y mi mundo empezó a girar única y exclusivamente alrededor de ello; entrenar los siete días a la semana, tener una dieta rigurosa, invertir mucho dinero en equipos e intentar ser la mejor, porque siempre lo importante es competir. Este mundillo de los atletas me condujo rápidamente al hastío.
Me divorcie inmediatamente de la competitividad apenas termine el bachillerato (y por supuesto con un poco mas de criterio), me alejé de todo aquello que implicara demostrar a toda costa que era mejor que otros, de armar estrategias maquiavélicas y triquiñuelas para ganar una medalla y en mi opinión, en eso se basa el deporte de alto rendimiento, hay quienes son felices tratando de demostrar constantemente que son superiores, y en la vida cada quien tiene sus formas, pero muy personalmente, “¡que va! ¡Eso no va conmigo!!”.
La universidad me abrió las puertas a otro tipo de actividades, fue allí que me reecontré con el montañismo, y me enamore perdidamente de esa conjunción perfecta entre la construcción personal de nuevos retos físicos y la belleza exuberante de la naturaleza. La montaña se convirtió en un espacio ideal para mi; para ejercitarme, para sentirme sana, pero también para cultivar ciertos valores, para calmar mis pensamientos y sanar heridas. Prometo extenderme sobre el montañismo en otro post.
Entendí entonces que esas actividades que haces solo o acompañado pero que permiten encontrarte contigo mismo son las adecuadas para mi y las que recomiendo a todo el que aun mantenga una vida sedentaria.
Salir a caminar, ir al parque con un balón, la bicicleta o los patines, sin necesidad de competir con nadie, sin necesidad de medirse, solo con la intención de divertirse, de reencontrarnos con nuestro interés lúdico , de encontrar en los pequeños detalles del mundo que nos rodea un ápice de felicidad y de paz. Y les digo con la certeza basada en mi experiencia, solo basta una pequeña iniciativa de este tipo para empezar a ver la vida de una manera diferente y agarrarle el gustíco a la cosa.